domingo, 24 de diciembre de 2017

TRIBUTO A LA NAVIDAD



24 de diciembre. Cierro los ojos y puedo sentir un intenso frío en mi rostro. Soy una niña sacando vaho por la boca mientras escribe su nombre en los escaparates, la nariz pegada a los cristales. Está nevando y, pese a mis airadas protestas,  mi madre me ha puesto botas, gorro, bufanda y guantes. Donde yo nací, el suelo está hoy resbaladizo y la gente recorre las gélidas calles apresuradamente, las manos llenas de paquetes,  los corazones llenos de sentimientos, las mentes llenas de recuerdos. Cierro los ojos y, a mi paso, puedo ver el fulgor de las luces del imponente árbol de Navidad que se yergue, orgulloso y colorido, en medio de la Plaza del Castillo. A sus pies, un precioso Belén de figuras clásicas representa el Nacimiento de Jesús. Cierro los ojos y puedo escuchar los sones de los villancicos de mi infancia, las zambombas, las panderetas, los gritos de un castañero ansioso por hacer su agosto a final de año.  Cierro los ojos y puedo oler, presidiendo la mesa, el maravilloso aroma del cardo cocinado por mi tía con primor, de la bandeja de turrón, del vino rosado. No falta nadie. Somos felices. Es Nochebuena.





24 de diciembre. Abro los ojos y, a mi paso, palmeras y flores de Pascua jalonan  la Rambla. Donde yo vivo, la atmósfera es cálida y el cielo azul, una bóveda perfecta. Año tras año, la Navidad con sol me sigue pareciendo un milagro. Lejos quedan ya mi niñez y mi ciudad. Mis padres partieron en sendas primaveras, ella una noche, él una tarde, pero antes me regalaron la compañía permanente de su espíritu. Deseo de todo corazón que mis hijos, sus nietos, continúen reviviendo estas fiestas ahora y siempre. La gente seguirá recorriendo las calles. La iluminación navideña decorará de nuevo avenidas y callejuelas. Y en mi tierra de adopción arroparán al Recién Nacido con una manta esperancera. Y se oirán los mismos villancicos, las zambombas, las panderetas. Y las truchas no estarán rellenas de jamón sino de batata, poniendo el broche ideal a la velada. Y no faltará nadie, ni los presentes ni los ausentes, que nos acompañarán en la memoria de una noche más allá del tiempo y del espacio. Somos felices. Es Nochebuena.



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