viernes, 29 de junio de 2018

LA TELEBASURA SE CONSERVA EN PLENA FORMA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 29 de junio de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 30 de junio de 2018





Ante la amenaza de una posible gira mediática de los recién excarcelados miembros de "La Manada", me reafirmo en que los sufridos televidentes patrios llevamos demasiados años padeciendo un estilo de hacer televisión sustentado en un triángulo equilátero cuyos tres lados son el sexo, la violencia y la ordinariez. Los promotores de este tipo de programas recurren a la citada terna para congregar al mayor número posible de espectadores frente a la caja tonta porque (según ellos) encaja en el gusto mayoritario de la audiencia. 

El hecho cierto es que los magnates de las cadenas más poderosas se afanan en obtener rentabilidad económica, tanto del mal gusto como del sufrimiento ajeno, propiciando la exhibición de las intimidades de los afectados a menudo con el incomprensible consentimiento de estos, ya sea por hacer caja, ya sea por una mera ansia de notoriedad. Lo que subyace en el fondo de estas prácticas es un continuo desprecio por determinados derechos tan fundamentales como los del honor, la intimidad y la propia imagen, y todo ello en nombre de una mejorable libertad de expresión que no pasa de ser una puerta abierta al amarillismo más vomitivo y a la incultura al por mayor. 

El problema resulta aún más sangrante cuando son las televisiones públicas las encargadas de suministrar estas bazofias, habida cuenta que están obligadas legal y moralmente a mejorar el nivel informativo y cultural de los ciudadanos con cuyos impuestos se financian. Pero todo vale para hacer efectiva la teoría del “pan y circo” que neutralice los dramas asociados a la crisis económica y a la corrupción política, desde retransmitir en directo los avances de la investigación de un crimen paternofilial hasta entrevistar a una estrella del porno en horario infantil o, en este caso, a los protagonistas de uno de los actos más abyectos de nuestra historia reciente. 

Por desgracia, la telebasura se conserva en plena forma. Hacer un barrido con el mando a distancia se ha convertido en un deporte de alto riesgo, con independencia del canal, el día y la hora elegidos. Salvo honrosas excepciones, la oferta de contenidos que agreden nuestra vista y nuestro oído oscila entre el vertedero y la cloaca. Por muchos años que pasen, continúan proliferando concursos deprimentes cuyos participantes son capaces de traicionar a familiares y amigos con tal de ganar el premio de mayor cuantía. 

Otras veces, se trata de realities bochornosos donde supuestos representantes de la juventud contemporánea (básicamente, una cuidada selección de escotadas minifalderas mascando chicle y de vigoréxicos sin estudios sembrados de tatuajes) pretenden emparejarse a base de citas en jacuzzis. Y, para que no decaiga la fiesta, se les suman con puntual recurrencia nuevas ediciones de otros exitosos engendros en los que una camarilla de famosos de tercera división se ven abocados a sobrevivir en condiciones adversas en alguna deshabitada isla tropical infestada de mosquitos y expuesta al diluvio universal mientras se dedican a insultarse y lanzarse a la cara sus miserias, ataviados con unos exiguos bañadores. 

Más rechazables resultan aún esos supuestos periodistas de relumbrón que, hastiados de no ganar la pasta que (de nuevo, según ellos) merece su elevada preparación intelectual, se han pasado al lado oscuro de la información confundiendo periodismo con espectáculo y pretendiendo en vano dotar a su penosa deriva profesional de un prestigio del que carece. 

Ya va siendo hora de que cada uno de los agentes implicados en estas propuestas tome conciencia de su cuota de responsabilidad, empezando por los Poderes Públicos y siguiendo por las cadenas, los programadores, los profesionales de los medios, los anunciantes y, por supuesto, los propios telespectadores. Es necesario rebelarse contra esa doble falacia de que nos ofrecen lo que queremos ver y de que el problema se resuelve cambiando de canal o apagando el televisor. Tengo la sensación de que cuando dispongamos de entretenimientos dignos y de informaciones contrastadas no nos asaltará la necesidad de cambio alguno.

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