martes, 28 de junio de 2011

VIVIR DE OTRA MANERA ESTÁ EN NUESTRAS MANOS

Colaboración para el Magazine del Colegio Hispano Inglés de Santa Cruz de Tenerife


Coged las rosas mientras podáis, veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta.

Walt Whitman


CARPE DIEM es una locución latina que significa “aprovecha el día” y fue acuñada por el poeta romano Horacio, una de las plumas satíricas más relevantes de la historia de la literatura, que murió ocho años antes del nacimiento de Cristo. Profundizando en el espíritu de su máxima, se podría concluir que es otra forma de decir “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” o  “vive cada momento de tu vida como si fuese el último”. 

Esta expresión se hizo muy popular hace un par de décadas gracias a la extraordinaria película del director australiano Peter Weir El club de los poetas muertos (1989). En ella, un profesor de literatura centraba sus esfuerzos en extraer de los alumnos las mejores cualidades que albergaban en su interior. Su empeño consistía en transmitirles, además del temario de su asignatura, la seguridad necesaria para que se enfrentaran al futuro con confianza y con ilusión, en ofrecerles las pautas de un desarrollo personal pleno y en trasladarles una visión de la vida dominada por el optimismo. Este docente, interpretado por el actor Robin Williams, no se cansaba de alertar a los adolescentes que asistían a sus clases sobre la ineludible necesidad de quedarse con lo bueno, de desechar lo malo, de no rendirse nunca, de luchar por un ideal.  Sólo así, al final de su existencia,  podrían volver la vista atrás y afirmar que su paso por el mundo había dejado alguna huella positiva. Resultaba sumamente emocionante observarle subido en lo alto de un pupitre mientras explicaba a su auditorio de hombres del futuro que, desde aquella perspectiva, el mundo se vislumbraba distinto, se podía apreciar de otra manera. Aquellos muchachos que empezaban a VIVIR con mayúsculas apenas salían de su asombro ante tan innovador discurso, acostumbrados hasta entonces a otros maestros más tradicionales e inflexibles.

El guión de la cinta condensa un conjunto de ideas tan atrayentes como que el día de hoy no se volverá a repetir o que resulta imprescindible vivir cada instante, no alocada, pero sí intensamente, mimando cada situación, escuchando a cada compañero, intentando realizar sueños positivos, buscando el éxito del otro, en permanente examen de la asignatura fundamental: el amor. Aquel enamorado del lenguaje había conseguido llegar al corazón de sus discípulos gracias a dos cualidades infalibles para acceder al mundo infantil y juvenil: la sinceridad y la sencillez. Sin duda, con su afirmación de que todos necesitamos ser aceptados pero sin dejar de defender  nuestras convicciones -aunque el resto de la manada no las comparta-, les dejó una gigantesca herencia.

Yo comparto plenamente esa  filosofía pero, por desgracia, percibo a diario que el ritmo frenético que nos impone la sociedad actual nos impide apreciar en su plenitud el principal don que poseemos: la vida misma. Somos víctimas de un modelo de desarrollo social que, aunque nos brinda los mayores avances científicos y tecnológicos, paradójicamente nos condena a no poder disfrutar adecuadamente de uno de nuestros bienes más preciados: la propia familia. Mujeres y hombres  nos vemos sometidos al yugo de los horarios laborales,  persuadidos con buena fe de que, satisfaciendo las necesidades materiales de nuestros hijos -a veces en exceso-, transitamos por un camino que nos conducirá al éxito. Las consecuencias prácticas derivadas de este actual modelo de sociedad nos alertan de que estamos cometiendo un grave error.

Numerosos psicólogos, pedagogos y expertos en educación afirman con rotundidad que la infancia y la adolescencia son las dos etapas clave en la formación de la personalidad del ser humano y que es el momento óptimo para dedicar a los menores, en la medida de lo posible, todo nuestro tiempo, si es preciso renunciando a otras ocupaciones o posponiéndolas para mejor ocasión. “Veloz el tiempo vuela”, nos recuerda el brillante autor Walt Whitman en su poesía. Parece que fue ayer cuando los bebés dormían en nuestro regazo y, casi sin darnos cuenta, hoy son tan altos que nos sacan la cabeza. No perdamos esa oportunidad única que no volverá jamás. No nos resignemos a compartir techo y comida con unos hijos desconocidos, regalémosles horas, conversemos más con ellos y rememoremos ahora y siempre las sentidas palabras del profesor Keating:

“Ningún alumno en ninguna época debe olvidar que, a pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo”.

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