viernes, 25 de noviembre de 2011

LA PELIGROSA OBSESIÓN POR LAS CALIFICACIONES ESCOLARES

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 25 de noviembre de 2011



Corren malos tiempos para la educación en España. Todas las estadísticas, encabezadas por el temido Informe Pisa, nos sitúan en el furgón de cola europeo en lo que se refiere a una materia tan prioritaria. Las cifras que reflejan el grado de fracaso escolar ponen de manifiesto la gravedad del problema al que nos enfrentamos. Yo, que tengo la inmensa fortuna de contar entre mis amistades más estrechas con varios docentes que, a menudo, me transmiten sus preocupaciones, estoy plenamente convencida de la importancia suprema de la formación intelectual como base de una sociedad de la que podamos sentirnos orgullosos.

Por otra parte, siempre he defendido la idea de que la familia educa y la escuela instruye e, igualmente, he manifestado mi completo desacuerdo con esa aspiración de algunos padres de que sean los profesores quienes les sustituyan en la transmisión de valores y modelos de conducta que considero exclusivos del ámbito doméstico. En compensación, jamás he puesto en entredicho los métodos pedagógicos y calificadores de los numerosos maestros que han impartido clases a mis hijos, ni siquiera cuando no los compartía. Muy al contrario, he respetado al cien por cien su forma de enseñar cada asignatura y sus criterios de evaluación.

Dicho esto, y habida cuenta que estamos inmersos en plena época de exámenes, me gustaría exponer y analizar una costumbre cada vez más extendida en determinados centros y que no es otra que la pretensión de que padres y madres se involucren, como si  fuera una rutina familiar añadida, en la realización de las tareas escolares. En otras palabras, que se conviertan en una especie de docentes complementarios a domicilio. Y que quede claro que no estoy hablando de una mera supervisión académica ni de una colaboración esporádica sino de una intervención en toda regla. No puedo evitar retrotraerme a épocas pasadas en las que raro era el progenitor que se reunía con tutores o maestros y, menos aún, que acompañara a su prole mientras ésta hacía los deberes. Por regla general, los adultos de entonces no tenían ni el tiempo necesario ni la formación suficiente para abordar dicho cometido, por más que su máxima ilusión fuera que la generación que les iba a suceder aprendiera lo que ellos, víctimas de unas circunstancias poco propicias, no habían tenido oportunidad.

Si padres y docentes exigimos el respeto mutuo de nuestros respectivos ámbitos de actuación –educar los primeros e instruir los segundos-, no parece lógica esa velada exigencia de cooperación por parte de los colegios y, menos aún, esa actitud de algunas familias que se obsesionan con el hecho de que sus hijos sean los mejores de la clase y que, para la consecución de tal fin, emplean buena parte de la semana, festivos incluidos, en estudiar en equipo los contenidos de los exámenes de los chiquillos, hasta el punto de no saber si la nota final corresponde a unos o a otros y, lo que es peor, desconociendo la auténtica capacidad individual del niño.

Que conste que soy la primera en inculcar la importancia del esfuerzo y en exigir unos resultados acordes con la capacidad del alumno pero sin que éste llegue a percibir a su compañero de pupitre como el rival a batir. Además, conviene no olvidar que dichas calificaciones suelen combinarse con las tareas, la participación en clase y los trabajos en grupo pero que, por sí solas, no evalúan ni la capacidad de relación, ni el grado de integración ni las diversas inteligencias del ser humano. Debe ser por eso que en Finlandia, país que encabeza el ranking internacional en materia educativa, suprimen las notas en la escuela elemental porque creen que debe ser la “escuela de la cooperación y no de la competición”. Para meditar.

2 comentarios:

  1. Mientras siga habiendo profesores que opinen también que lo importante es una formación intelectual, nos seguirá yendo de pena. Te recomiendo leer algo más sobre las pruebas PISA, las competencias básicas y la educación por competencias. Si los maestros y los profesores se preocuparan de saber qué les exige la ley en cuanto a ellas y se preocuparan por ponerlas en marcha, otro gallo cantaría. Pero es más fácil juzgar desde la ignorancia, más cómodo, claro.

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  2. Muchas gracias por el comentario a mi artículo. Tendré muy en cuenta la recomendación, sobre todo en lo que se refiere a la educación por competencias. Es un tema que me interesa enormemente y espero profundizar en él.
    Un cordial saludo.

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