De
todas las posibles manifestaciones del afecto, el abrazo es, sin duda, mi
favorita. Y lo es porque se puede aplicar perfectamente a cualquier persona,
con independencia del vínculo sentimental que te una a ella, madre, padre,
miembro de la familia, cónyuge, hijo, amigo, amante, vecino o simple conocido.
Atendiendo
a su intensidad, su duración, su sinceridad y su calidez, de nuestro modo de
abrazar se pueden extraer diversas conclusiones. Hay abrazos suaves o firmes,
breves o extensos, profundos o superficiales, verdaderos o falsos, y suelen reflejar
el grado de afecto de quien los brinda, su capacidad de entrega emocional y el
lugar que el abrazado ocupa dentro de su corazón.
No
hay duda de que el contacto físico constituye una necesidad básica para el
bienestar emocional del ser humano. En ocasiones, una mera caricia, un apretón
de manos o un pellizco en la mejilla contienen un mensaje que, traducido en
palabras, superaría a las del capítulo de una novela. Sin embargo, nuestra
civilización –por cierto, no es la única- se ha visto influenciada
negativamente por una herencia cultural poco partidaria de expresar las
emociones abiertamente, asociando este comportamiento a la debilidad y a la
vulnerabilidad. Además, nos aboca a la tendencia errónea de sexualizar y, por
tanto, malinterpretar, cualquier gesto que tenga su origen en el tacto.
En
mi opinión, es una verdadera lástima, sobre todo si tenemos en cuenta que nos
hallamos ante una de las más eficaces medicinas para el cuerpo y para el alma
desde la infancia a la ancianidad. Algunos experimentos llevados a cabo en el
campo de la psicología confirman la teoría de que las personas que no mantienen
ningún tipo de contacto físico caminan por la vida con mayor infelicidad y peor
estado de ánimo. Curiosamente, la tradición ha dotado al género femenino de mayor
permisividad desde el punto de vista social, resultando las mujeres más
beneficiadas a la hora de expresar sus emociones.
Asimismo,
si se observa una foto fija de la sociedad actual, es fácil apreciar que los
supuestos avances tecnológicos nos alejan todavía más de las relaciones cuerpo
a cuerpo para convertirnos en seres más fríos e individuales y, sinceramente, creo
que no deberíamos incurrir en ese grave error. Por ello, abogo fervientemente
para que, tanto hombres como mujeres, demostremos cada día nuestros sentimientos
valiéndonos de los cinco sentidos, con palabras y con gestos, desde la mente y
desde el corazón, sin dar nada por supuesto.
Porque el
afecto nos ayuda a sobrevivir.
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