Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 19 de febrero de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 21 de febrero de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 21 de febrero de 2016
Los hombres y mujeres cuya edad actual supera los setenta años conforman unas generaciones que padecieron el peor de los escenarios posible. Primero trabajaron para sus padres y, posteriormente, lo hicieron para sus hijos. Personas como mis padres, que han sido un ejemplo vivo de honradez, generosidad, austeridad y previsión. Para ellos, el trabajo era una oportunidad de progresar y una puerta abierta a un mañana mejor.
Se conformaban con comprar los bienes que entraban dentro de sus posibilidades y, salvo en casos de extrema necesidad, jamás pedían dinero prestado. Pagaban sus facturas puntualmente y siempre ahorraban una parte de sus ingresos por si las circunstancias eran poco propicias. Su ocio consistía en pasar los domingos en el campo, bañarse en el río más cercano y comer una tortilla de patatas en compañía de la familia y de los amigos. Fueron tan prudentes y sensatos que crearon la mayor parte de las empresas que sacaron a España de un oscuro pasado de penurias para lanzarla a un luminoso futuro de oportunidades.
Pero cometieron el grave error de pretender que sus herederos -que actualmente nos situamos a caballo entre la cuarentena y la cincuentena- no tuviéramos que trabajar tanto como ellos. Animados con la mejor voluntad, consintieron que sus proles arriesgaran más de lo debido, puesto que siempre podían echar mano de los ahorros que, fruto de sus renuncias, ellos habían conseguido reunir. Y en ese histórico momento se abrió la veda al gasto continuo, a la especulación y a la ingeniería financiera, cuya manifestación más conocida ha sido la tristemente famosa “cultura del pelotazo”.
Hasta hace bien poco, para demostrar que alguien era rico, lo procedente era endeudarse hasta las cejas. Y, así, se pasó sin solución de continuidad del vino de mesa al Cabernet Sauvignon y del bocadillo de chorizo a la nouvelle cuisine.
Europa, irrumpió en nuestra patria en forma de subvenciones y la banca se empleó a fondo en hacer nuestros sueños realidad. Y, si algún agorero osaba poner de relieve los fallos del sistema, se le tachaba automáticamente de aguafiestas, mientras la filosofía del “a vivir que son dos días” seguía su racha triunfal.
Como era de esperar, aquel gigante de pies de barro se vino abajo, aplastándonos a todos. Desde entonces se habla del fin de una era, de que nada volverá a ser como antes, de que nunca más tendremos casas en propiedad ni empleos fijos, de que la provisionalidad formará parte de nuestra existencia y, peor aún, de la de nuestros descendientes, que harán bueno ese aforismo que defiende que los pobres son los nietos de los ricos.
Es difícil aventurar cuál será (si es que existe) la solución al inmenso problema que nos acucia pero, a lo mejor, retornar a los valores de antaño podría ser un primer paso. Nada se pierde por probar.
Hace apenas unas décadas numerosos hogares se erigieron como modelo de esfuerzo y de cordura, y sus moradores no fueron menos felices que nosotros, haciendo buena esa teoría de que no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita. Por lo visto, la sencilla paella, la sandía fresca, el armario de segunda mano o la ropa cosida en casa no eran tan malas opciones. Pero a ver quién es el guapo que les explica este cuento a los chavales que necesitan tener un móvil de última generación o unas zapatillas de marca tanto como el aire que respiran.
Más nos valdría dar las gracias a tantas y tantas personas que nos dejaron en herencia un país próspero y reproducir su ejemplo. Desgraciadamente, nuestros hijos -esos que ya se han convertido a estas alturas en unos esclavos endeudados y que vislumbran un panorama bastante sombrío-, se limitarán a heredar algunos relatos legendarios sobre la riqueza que sus antepasados fueron capaces de generar a base de ética y de sacrificio.
Mis hijos me dicen continuamente que soy un pesimista redomado,que no pienso sino en un futuro catastrofista, y que soy un troglodita porque pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor. Todo esto dentro del espíritu abierto que he procurado sea la norma dentro del ambiente familiar. Y sí, es verdad, si soy lo que ellos dicen, no lo sé, porque el "bautizo" es de ellos, pero que pienso como dicen que pienso, están en lo correcto. Esta reflexión viene a colación del -otro más- brillante artículo que has publicado en la Opinión, por otra parte merecedor de todas la felicitaciones por contar entre sus columnistas a "tamaña" pensadora. Como decía, coincido plenamente en el mensaje que has querido transmitir y, con mucha pena, veo que -otra vez- el tiempo me da la razón. He sido criado por una familia tipo de la que describes en tu artículo, y he tratado de transmitir lo que me han enseñado a mis hijos,y a pesar de los "adjetivos" con los que me siguen obsequiando, y a juzgar por su comportamiento y por su modo de ser, tanto para con nosotros como, con sus relaciones, creo que lo hemos conseguido. Sólo el futuro nos demostrará si hemos cometido errores. Perdona esta "diatriba", pero he querido demostrarte que no estás sola en éste modo de pensar, que hay más gente que piensa como tú, y que espero -a pesar de mi pesimismo visceral-, que, éstos mayores que un día fueron los verdaderos artífices del progreso de nuestro país, y que hoy en día son tratados como meras huchas, o como simples muebles que al interponerse en el pasillo de la casa, simplemente se les arrincona, en un lugar invisible, de un hogar construido con la esperanza de verlo compartido con sus hijos y nietos en perfecta armonía y felicidad. Espero que un día, decía, estos ciudadanos veteranos sean colocados en el lugar que les corresponde, y que sus familiares primero, y las instituciones públicas después, dejen de verlos como muebles-hucha. Ellos se lo agradecerán, el país también, y de paso, mis hijos me darán la razón y dejarán de usar adjetivos cuando charlemos sobre el tema. De nuevo reitero mis felicitaciones por el artículo, y a La Opinión por su buen criterio
ResponderEliminarEstimado seguidor:
ResponderEliminarMuchas gracias por tus amables palabras, que me llenan de emoción. Todos necesitamos a veces un refuerzo a nuestra labor y yo, desde luego, no soy una excepción.
Comparto plenamente tu visión de la actualidad, aunque por el momento el pesimismo no me ha atrapado en sus garras. A ver cuánto logro resistir.
Siempre he considerado que una sociedad que trata a sus ciudadanos veteranos como muebles-hucha no merece más que desprecio. Envidio a esas colectividades, a menudo ajenas al supuesto desarrollo económico, que ven en la experiencia de sus mayores las claves de su avance. Sin duda, nos queda mucho por aprender de ellas.
Mientras tanto, no queda otro remedio que seguir en la batalla. Con apoyos como el tuyo, es más fácil.
De nuevo, gracias.
Un fuerte y lluvioso abrazo isleño
MYRIAM