No sé si se trata de una virtud o de un defecto pero lo cierto es que, entre las características que me definen, se encuentran el optimismo a prueba de bombas y el rechazo frontal al conformismo y a la resignación. Así que, después de la brutal recarga de energía positiva que me han proporcionado este fin de semana mis adorables compañeras de colegio, quiero romper una lanza en favor de todas esas personas que, con su actitud generosa, tratan de neutralizar las malas rachas que a veces atravesamos.
Siempre he defendido la idea de que la felicidad tiene mucho de voluntariedad, pese a que algunos de mis allegados tuercen el gesto cuando les expongo semejante teoría. Y, para hacerla efectiva, tengo por costumbre (entre otras) no entablar ninguna batalla que considero perdida de antemano. Me parece un desgaste innecesario y prefiero reservar mis fuerzas para otros fines. Con los años he desarrollado un olfato especial para detectar estas contiendas, seguramente porque para mí el tiempo es oro y me disgusta malgastarlo en discusiones que, por su propia esencia, no pueden culminar en clave ni de victoria ni de derrota.
En esta vida a veces no se trata de ganar o perder, ni de convencer o ser convencido.
Tener criterio propio y saberlo expresar sin acritud me parece un premio más que suficiente. Mentiría si dijera que no tengo creencias religiosas ni preferencias políticas, pero ni las exhibo ni las escondo, como tampoco obligo a nadie a compartirlas. Sin embargo, cuando asuntos de un calado tan profundo se sitúan en el centro de los debates, añoro interlocutores capaces de mostrar sus discrepancias con educación y sin resentimiento, alejados de la violencia y de la falta de respeto, coherentes a la hora de exigir para sí mismos los comportamientos que reclaman a quienes piensan de manera diferente a ellos, y dispuestos a aportar soluciones en vez de instalarse en la queja permanente.
Por eso, creo que debemos centrarnos en lo que nos une y no en lo que nos separa, reparar en lo que tenemos y no en lo que nos falta y, por encima de todo, tratar de socorrer a quienes atraviesan una peor situación que la nuestra. Tal vez con la recesión económica y con la actual crisis de valores nos haya llegado el momento del verdadero compromiso humano: demostrar con hechos que lo primero son las personas. Y, ya de paso, decirles lo mucho que significan para nosotros.
Myriam, no puedo estar más de acuerdo con tus palabras: la felicidad tiene mucho de voluntariedad. ¿A lo mejor es la perspectiva del optimismo? ¿O es una característica de haber compartido educación? ¿O simplemente una consecuencia de lo ya vivido?
ResponderEliminarCreo que es la suma de todos esos factores, amiga. Y no cabe duda de que el resultado final es sobresaliente. Basta comprobarlo en nuestros abrazos, recuerdos y sonrisas del fin de semana. Pura magia.
ResponderEliminarMyriam, estoy totalmente de acuerdo. La vida es un conjunto de muchas cosas que no decidimos pero la elección del prisma desde donde las miramos, es nuestro exclusivamente. Enhorabuena por este blog que contagia entusiasmo y ganas de vivir. Como bien dices, es pura magia y quizá también pura vida!
ResponderEliminarYo también lo pienso, Begoña. Al fin y al cabo, cada ser humano debe manejar en última instancia el timón de su barco y no todo depende ni de las circunstancias ni de terceras personas.
ResponderEliminarLa vida es para vivirla con ganas, sin excusas ni pretextos. Y, si puede ser centrándonos en el lado bueno de las cosas, mejor que mejor. Con entusiasmo y agradecimiento.
Besos oceánicos.
MYRIAM