martes, 9 de febrero de 2016

REFLEXIONES EN UN MARTES DE CARNAVAL







En lo tocante a fiestas populares, siempre me ha resultado sorprendente la ardorosa defensa del disfrute sin limitaciones por parte de determinados colectivos, sobre todo cuando quienes la llevan a cabo no forman parte del vecindario que padece el tormento correspondiente. A su vez,  también me choca la pretensión a veces desmesurada de prohibir dichos divertimentos y aspirar al cierre de los locales que los abrazan. Entonces, ¿son compatibles o excluyentes el derecho al descanso y el derecho al ocio? 

El artículo 24 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que toda persona tiene derecho a ambos, luego la clave, como en tantos otros ejemplos de contraposición de intereses legítimos, radica en lograr una conciliación ordenada y pacífica de uno y otro, aunque no resulte tarea fácil. Esta imprescindible avenencia de opciones contrapuestas se alza como uno de los grandes retos de las Administraciones, pero también lo es de la ciudadanía en su conjunto, puesto que el civismo se basa necesariamente en el respeto mutuo. Sin embargo, en nuestra sociedad el porcentaje de ciudadanos que reivindican sus derechos con contundencia supera con creces al de los que asumen responsablemente el cumplimiento de sus deberes y obligaciones. 

Como regla general, el derecho al descanso individual debería prevalecer sobre el derecho al ocio colectivo, aunque sin impedir de modo arbitrario el ejercicio de éste. Para ello, existen una serie de ordenanzas municipales, de reglamentos nacionales y de directivas europeas que establecen el máximo nivel de ruido permitido y que, decibelios mediante, garantizan el tan necesario como exigible reposo del común de los mortales. Por eso, en otros países de nuestra esfera estos conflictos apenas se producen. Ni siquiera los perros ladran de noche, y no precisamente porque se trate de canes de otra galaxia, sino porque sus dueños observan a pies juntillas la efectividad de los derechos más elementales del resto de los administrados. Y, aunque a más de uno le resulte pintoresco, el poder dormir en condiciones es uno de ellos.  

En este punto enlazo con las eternas polémicas suscitadas en las dos capitales archipelágicas con relación a sus mundialmente famosos Carnavales. Hace algunos años, un auto judicial previó la suspensión de los Mogollones en las calles santacruceras a causa de la elevada contaminación acústica, desatando una airada reacción por parte de aquella Corporación Municipal y del grueso de las agrupaciones carnavaleras. Posteriormente, la patata caliente recayó en el Consistorio de Las Palmas de Gran Canaria, que vio cómo un grupo de vecinos de los aledaños del Parque de Santa Catalina le  llevó ante los Tribunales en busca de amparo a sus razonables pretensiones de paz y tranquilidad. 

En ambos casos (ahora y antes), los políticos siempre se han decantado por la opción más electoralista: tachar de insolidarios a los denunciantes y exigirles un plus de generosidad que no sería menester si, plenamente conocedores de sus sempiternas reivindicaciones, hubieran tenido a bien acondicionar unas zonas de celebración de eventos alejadas de los cascos urbanos y convenientemente comunicadas con estos. No cabe duda de que es muy deseable disfrutar de las fiestas populares, máxime cuando los beneficios que generan son tan indispensables para el desarrollo económico de sus entornos. Pero lo que ya no lo parece tanto es que dicho disfrute se materialice a costa del perjuicio de niños, ancianos, enfermos, trabajadores y contribuyentes en general, sea por espacio de quince días o de cincuenta y dos fines de semana. 

¿Resulta tan difícil de entender y tan costoso de aceptar que nuestra libertad se halla lógicamente limitada por la libertad de los demás? Porque, si esta argumentación se entiende y se acepta, tenemos la solución al alcance de la mano. Una solución que pasa por actuar desde el respeto y, por encima de todo, recurriendo al sentido común. Exigiendo nuestros derechos, sí, pero sin dejar de cumplir con nuestros deberes y obligaciones.

FELIZ MARTES DE CARNAVAL

2 comentarios:

  1. Como siempre, y tal como aconseja la sabiduría popular y arcaica, "in metu virtus".
    Esa armonía, ese punto medio, se basa simplemente en el respeto mutuo, que tan en decadencia se encuentra a estas horas. Difícil es pedir solidaridad y respeto pata tu descanso y no respetar el derecho a ajeno a la diversión, siempre que sea sana.
    Pero como bien destaca en su atículo, abunda mucho mas lo de "exigir derechos" que lo de "cumplir deberes", especialmente entre la ciudadanía. Y no digamos entre los politicos de turno, que no se mojan lo mas mínimo, no sea que les vaya a costar algún voto, aunque ese sea su trabajo, y para el que fueron elegidos precisamente por los ciudadanos que les exigen descanso y por los que les exigen diversión, aunque no siempre en la misma proporción.

    Soy chicharrero, y como tal, un enamorado del Carnaval. Pero entiendo que hay un sitio para cada cosa y un tiempo para cada evento.
    ¿Tan dificil será que haya jolgorio durante el dia en las zonas mas pobladas y comercialmente activas, y que ese mismo jolgorio se traslade a zonas mas apartadas por la noche, menos comerciales pero mas apropiadas para la verbena y el festejo a esas horas?
    Las autoridades tienen la palabra, quizás por la via de la imposición de la lógica, porque parece obvio que la ciudadanía no llegará jamás a un acuerdo razonable.
    JC Torres

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  2. No puedo estar más de acuerdo con usted, Volcano. Coincidimos plenamente en nuestras respectivas visiones del problema. Parece que, por desgracia, los clásicos gestionaban mejor que nosotros el famoso aforismo de que "en el medio está la virtud". Otro gallo nos cantaría si supiéramos ponerlo en práctica en todos los órdenes de la vida.

    Gracias por colaborar de nuevo en este blog y un fuerte abrazo.

    MYRIMA

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