Felicidades, tesoro.
Hoy
cumples catorce años regalando sonrisas desde que amanece hasta que cae la noche.
Cuando te despiertas por la mañana, mi corazón se llena de una inexplicable
gratitud hacia el destino.
Cada uno de los rasgos que definen tu personalidad
son valiosas piezas con las que has construido una "máquina de la
felicidad" que funciona sobre todo aquel que tiene la fortuna de compartir
su vida contigo.
Al
mirarte, veo a tu padre. El mismo rostro. El pelo negro y fuerte. Los lunares idénticos.
La mirada profunda.
Al oírte,
reconozco mi impronta en tu risa contagiosa, en tu discurso desmesurado, en tu pasión por la música.
Llegaste
a nuestro universo un veinticinco de abril como una coincidencia maravillosa.
Los hados ya habían elegido la misma fecha para unirnos a quienes, años más
tarde, habríamos de engendrarte. Desde entonces sabemos que el futuro está
escrito y que, en ocasiones, se manifiesta en forma de milagro.
Ese niño,
el que ha heredado la zurda materna y el aura paterna, el que cada sábado
recorre la banda izquierda detrás de un balón defendiendo los colores de su
equipo, el que en las representaciones de teatro nos desarmaba con su desparpajo,
el que idolatra a su hermano mayor hasta el infinito y más allá, el que gana todas
las competiciones familiares de besos y abrazos, encarna nuestro amor.
David,
eres un rayo de sol.
Que tu
luz y tu calor nos acompañen eternamente.
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