Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 8 de abril de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 13 de abril de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 13 de abril de 2016
Aunque a los propios afectados les resulte difícil de asumir al principio, la tozuda realidad demuestra que la separación de una pareja no evita que el mundo siga girando y que las actividades habituales, tanto propias como ajenas, continúen llevándose a cabo. Las estadísticas indican que, de la misma manera que cada persona es un mundo, cada fracaso sentimental presenta también unas características propias e intransferibles.
Algunos acaban en un mero abandono de domicilio. Otros, con un procedimiento de divorcio de mutuo acuerdo. Otros, por el contrario, requieren la vía contenciosa, que a menudo conlleva un alto nivel de sufrimiento. En ocasiones, la custodia resultante es compartida. Otras veces, en cambio, se otorga en exclusiva a uno de los progenitores, aunque, por fortuna y en justicia, los avances en este terreno están resultando muy notables en los últimos tiempos.
Sea como fuere, es innegable que a lo largo de la nueva etapa que afrontan por separado tendrán que seguir compartiendo los momentos más especiales de la andadura vital de sus hijos, cuando los hubiere. Eventos tales como festivales de fin de curso, graduaciones universitarias, cumpleaños o competiciones deportivas se sucederán en el futuro y, según cómo estén dispuestos a abordar su asistencia o participación en los mismos, los efectos sobre los más pequeños de la casa resultarán beneficiosos o perjudiciales, quedando grabados a fuego y de por vida en la memoria de sus protagonistas.
Por desgracia, y debido a mi experiencia profesional, conozco casos extremos en los que cualquier posibilidad de entendimiento entre los padres no pasa de ser una utopía. Para el resto, sin embargo, mi forma de ser me impide resignarme y me obliga a insistir en la importancia de una actitud adulta y positiva de los progenitores durante el transcurso de acontecimientos tan entrañables e irrepetibles. Todos hemos sido niños y hemos deseado compartir nuestras fechas más señaladas con ambas figuras, y tanto con la familia materna como con la paterna.
Llegados a este punto, me gustaría centrarme especialmente en el sacramento de la Primera Comunión, ya que en próximas fechas tendrán lugar numerosas ceremonias en las parroquias correspondientes. Coincidiendo con el inicio de cada nuevo año, los sacerdotes y catequistas convocan con cierta periodicidad a los padres de los niños que comulgarán durante el mes de mayo. A fin de concretar los detalles relativos al citado acto, tanto los párrocos como quienes imparten la preceptiva catequesis infantil comunican en dichas reuniones diversos contenidos de interés para los adultos cuya presencia se requiere.
Es verdad que, en la actualidad, no es infrecuente coincidir con menores cuyos padres están separados o divorciados. Y, tristemente, no pocos de estos se amparan en sus respectivos regímenes de visitas como imperdonable excusa para incrementar sus desencuentros. Los motivos para la discusión son infinitos y van desde la propia decisión de hacer o no la Primera Comunión a la asistencia o inasistencia a la misa dominical asociada al período de formación religiosa, desde la consideración de los gastos previstos como ordinarios o extraordinarios a la elección de la fecha o a la confección de la lista de invitados. En definitiva, se trata de una oportunidad perdida de un modo irresponsable para que los chiquillos puedan disfrutar, lejos de la tensión y de la angustia, de un momento único de su vida.
Me gustaría trasladar la idea de que, en determinadas ocasiones especiales como las ya referidas, no se exige una relación cordial ni un despliegue de gestos de cariño por parte de los afectados por una ruptura sentimental. Basta con tener disposición, desde el respeto y las buenas maneras, para compartir la alegría de los hijos en común. Aunque cueste un sobreesfuerzo, es preciso buscar alternativas y llegar a acuerdos en beneficio de los menores. Transmitirles el mensaje de que la rabia y el rencor son sentimientos más poderosos que el amor es un riesgo que ningún adulto cabal debería estar dispuesto a correr.
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