Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 15 de abril de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 1 de mayo de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 1 de mayo de 2016
Han tenido que pasar tres años para que la ex ángel de Victoria´s Secret Erin Heatherton se haya decidido a dar un paso al frente y denunciar en una entrevista la presión a la que le sometió la famosa firma estadounidense de lencería para cumplir sus estratosféricas exigencias físicas. La modelo ha relatado sin tapujos cómo estuvo a punto de caer en una depresión al verse abocada a cumplir a rajatabla unas rutinas de alimentación y entrenamiento incompatibles con la buena salud, tanto física como psíquica. Afirma textualmente que “no podía salir ahí fuera, mostrando mi cuerpo y a mí misma a todas esas mujeres que me ven como un referente, y decirles que se trata de algo muy fácil y simple y que todo el mundo puede hacerlo". Desde entonces, ha emprendido su personal batalla para acabar con esos estrictos cánones de belleza y aprender a querer su cuerpo tal y como es, es decir, imperfecto.
Recuerdo con nitidez que, mientras en la década de los noventa las curvas femeninas cotizaban al alza y eran dignas de admiración, la posterior entrada en escena de algunos paradigmas de la insalubridad –como, por ejemplo, Kate Moss- viró aquella tendencia hacia la androginia, en detrimento de la femineidad. Años después, la polémica desatada por el fallecimiento de dos maniquíes brasileña y uruguaya fue determinante a la hora de asociar pasarela y anorexia. Así, desde que se dispararon las estadísticas de la enfermedad, los responsables del negocio decidieron hacer propósito de enmienda con el fin de eludir su parte de responsabilidad, y en antiguos eventos como Cibeles o Gaudí prescindieron de las profesionales que no poseían un índice adecuado de masa corporal.
Sin embargo, da la sensación de que la batalla sigue estando perdida y las promesas de corregir el problema caen una y otra vez en saco roto.
Son todavía millones las mujeres -y, aunque en menor medida, también los hombres- que enferman y hasta mueren a causa de las complicaciones derivadas de los desórdenes alimenticios sufridos en pos de un patrón de belleza inasumible. El mensaje que se nos transmite es demoledor y afecta a numerosas niñas sin personalidad aún formada que, persuadidas de que la estética imperante es una combinación de piel y huesos embutida en una talla 34, terminan por negarse a comer. De todos es sabido que proliferan por Internet numerosos blogs en los que se facilitan pautas para adelgazar, vomitar, ocultar la comida y engañar a los padres sobre estas peligrosas prácticas. Incluso se han podido constatar en ellos las consultas de niñas menores de 12 años.
Abundando en esta cuestión, acabo de conocer la noticia de que una orientadora escolar ha confesado que una alumna de Bachillerato de su centro educativo estuvo a punto de morir recientemente a consecuencia de un proceso de anorexia.
Lo cierto es que, como viene siendo habitual año tras año, las principales revistas de moda adornan ya los escaparates de los quioscos con las tendencias de la presente temporada primavera-verano. Y también, por enésima vez, nos remiten a unos prototipos corporales totalmente absurdos. Esa equiparación de la mujer a una estatua de piedra sin atisbo de sonrisa parece más bien obra de mentes distorsionadas, al margen de que, en mi opinión, dicha apariencia resulta hasta desagradable para lucir adecuadamente las creaciones de ningún diseñador.
Ni la industria de referencia -dirigida por individuos que desoyen las reiteradas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud sobre alimentación equilibrada y vida saludable- ni tampoco los propios modistos -empeñados en seguir contratando a auténticas perchas humanas para que exhiban la estrechez de sus prendas- están libres de pecado y sus propósitos de enmienda, hasta la fecha, no son más que papel mojado. Se impone una reflexión sobre el tema si no queremos que una parte de la juventud actual se dirija hacia un callejón sin salida.
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