Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 10 de junio de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 17 de junio de 2016
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 17 de junio de 2016
Decía el filósofo y sociólogo Jaime Balmes que “la educación es al hombre lo que el molde al barro: le da forma”. Ante la graduación académica de un hijo que ha superado con éxito los estudios de Bachillerato queda, en efecto, la sensación de que esa estructura del joven que pronto se convertirá en adulto va tomando ya su forma definitiva. Los valores, las vivencias, los conocimientos, las experiencias y la formación atesorados a través del tiempo serán los cimientos sobre los que construya su personalidad y su futuro.
Personalmente, creo que una persona con sueños e inquietudes no deja jamás de aprender. Sin embargo, por muchos años que dure dicho aprendizaje, ninguna época es comparable a la que transcurre desde la niñez hasta la juventud, en la que los recién graduados han sido auténticas esponjas de cultura y ciencia, se han rodeado de amigos y compañeros y han compartido horas de juegos y estudios para convertirse en lo que son hoy: el punto de partida de lo que serán mañana.
En estas fechas de entregas de orlas se cierra un ciclo en el que los padres miran hacia atrás con añoranza, con la duda de si habrán acertado con las decisiones tomadas, pero también con el orgullo de comprobar que la difícil tarea de educar va dando sus frutos. Ese momento de recoger el diploma entre aplausos y de contemplar las fotos del niño y del adolescente en una pantalla gigante condensa en pocos segundos un torbellino de emociones muy dispares, desde la nostalgia por el pequeño que fue al orgullo por el joven que es y a la esperanza por el hombre o la mujer que será. Es entonces cuando quienes les han dado la vida desean con todas sus fuerzas tener la certeza de haberles transmitido multitud de enseñanzas útiles para transitar por este mundo tan complicado y para ser felices a lo largo de una existencia, en ocasiones, tan incomprensible.
Algunas de ellas nada tienen que ver con teoremas matemáticos ni con reglas gramaticales, pero son igualmente valiosas (incluso más) para que se conduzcan por la vida con garantías. Y es en este punto donde quiero hacer una defensa ferviente de la sensibilidad, en su acepción de capacidad natural del ser humano para emocionarse ante la belleza y los valores estéticos, y ante sentimientos como el amor, la ternura y la compasión. Una cualidad imprescindible, pues, para disfrutar de las artes (apreciar un buen libro, valorar una película meritoria, emocionarse con una composición musical, conmoverse frente a un cuadro, deslumbrarse con una pieza de baile…) o, simplemente, de una puesta de sol, del canto de un pájaro o del aroma de una flor.
Ahora toca mirar hacia adelante. En palabras del político británico Harold MacMillan “hay que usar el pasado como trampolín y no como sofá”, de tal manera que el período escolar que concluye impulse a esta joven generación hacia un porvenir lleno de retos. Ojalá integren un grupo de mujeres y hombres con grandes sueños que puedan hacerse realidad. Con los pies en el suelo, pero también osados. Capaces de razonar pero, al mismo tiempo, críticos.
Enhorabuena a todos y cada uno de ellos. Su Graduación es el final pero, simultáneamente, el principio. Les quedan por delante miles de hojas en blanco sobre las que escribir su historia personal e intransferible. Ojalá quienes después las lean se asombren de sus logros y admiren su honestidad, máxime en estos tiempos en los que se echan en falta más referencias sociales de decencia, excelencia y generosidad. Confío en que dentro de muchos años, cuando vuelvan la vista atrás, el destino les haya permitido vivir la vida que querían y sean capaces de reconocer en las enseñanzas de sus padres y de sus profesores esos cimientos sobre los que van a construir desde ahora su propia obra maestra.
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