Hoy, coincidiendo con la celebración del final de curso 2015/2016, es un día muy especial para todos nosotros, pero muy particularmente para quienes llegan a una fecha marcada en su calendario personal con letras de oro. Es el caso de nuestra queridísima compañera Rocío Imaz, que cumple 25 años de ejercicio profesional “oficial” (entre comillas) como docente del colegio Ursulinas de Jesús- Liceo Monjardín.
Y digo “entre comillas” porque, en realidad, son ya tres décadas completas las que llevamos disfrutando de su buen hacer como profesora, y una vida entera la que se encuentra vinculada a este universo tan querido por todos los que lo habitamos. No en vano nació prácticamente en sus aulas, puesto que su madre también prestaba sus servicios en el centro.
De modo que, si hubiera que pintar un retrato que reflejara la imagen exterior e interior de Rocío y recurriéramos para ello a la participación de varios artistas que la conocieran de primera mano, el resultado sería parecido a este:
Sus pequeños pupilos, desde la inocencia, la pintarían con los colores del arco iris como un hada buena, guapa, lista, alegre, graciosa, espontánea, natural y tranquila.
Sus compañeros de trabajo trazaríamos con admiración las líneas de su personalidad, que la convierte en la compañía deseada por todos en cualquier ambiente. Su sola presencia “hace grupo” y, cuando ella no está, se le echa muchísimo de menos. Demuestra a cada paso tener una mente sana, capaz de otorgar a cada asunto la importancia precisa, sin darle más vueltas de las necesarias. Y, gracias a esa enorme virtud, elabora continuamente un tejido social que le aleja de la tristeza y que, sin duda, se convertirá en el salvavidas emocional de su futuro.
Los incontables padres de alumnos que se han cruzado en su camino la perfilarían como esa mezcla perfecta entre “seño” y madraza, dispuesta a cuidar de los niños ajenos como si fueran propios, pendiente tanto de su evolución académica como de su estado de ánimo y de su impecable aspecto, asesorándoles para ello sobre el uniforme que mejor les encaja. Y es que esta trabajadora infatigable vendería sin dificultad arena en el Sahara y hielo en el Polo Norte, precisamente por poseer unas virtudes que no están en venta: sinceridad, honestidad y fiabilidad.
Los miembros de su adorada familia, con quienes comparte el amor y los anhelos, rematarían este particular lienzo afirmando que no existe mejor hija, nieta, sobrina, nuera, esposa y madre. Cuatro joyas así lo atestiguan: BEATRIZ, PABLO, MIGUEL y JAVIER. Guapos por fuera, pero más aún por dentro. No podía ser de otra manera, viniendo de donde vienen. Jamás una mezcla de pueblos de raza -Larraga y Gemenuño- alcanzó cotas más altas. Profundos sentimientos castellanos y firmes convicciones navarras transmitidos en herencia al calor del hogar.
Y, como broche final, dos ángeles que brillan como estrellas serían los focos que iluminarían el cuadro definitivo con sus testimonios de fe inquebrantable y entrega permanente. Desde el cielo, la abuela Dolores. La tía Mariluz, desde la tierra.
Rocío, la niña que quiso hacer la Primera Comunión vestida de princesa pero tuvo que conformarse con una sencilla túnica.
Rocío, la estudiante que aspiraba a tocar los crótalos en clase de Música pero hubo de resignarse a aceptar siempre otro instrumento.
Rocío, la mujer de sonrisa permanente que irradia luz a su paso y provoca la carcajada con sus imitaciones y su humor refranero y chispeante.
Rocío, la maestra en el arte de enseñar pero, sobre todo, en el arte de vivir con generosidad, de situar a las personas por delante de todo y de dar sin esperar nada a cambio.
Querida amiga, cierra ahora tus ojos e imagínate vestida de princesa de cuento con unos crótalos en las manos para, así, recoger entre aplausos esta obra de arte que entre todos hemos pintado para ti.
Hoy no vas a necesitar la “recortada”, porque nadie de los aquí presentes osaría criticar ni un ápice este entorno humano y educativo en el que convergen nuestras existencias desde hace tanto tiempo.
Comienzas una nueva etapa llena de proyectos por realizar y de sueños por cumplir. Quién sabe si todavía puedes convertirte en aquella extraordinaria profesional de la Medicina que un día, antes de que la pasión por la docencia invadiera tu alma, te planteaste llegar a ser. Ninguno de nosotros lo descartamos, sabedores de que tu poder curativo es inmenso y obra sobre ese músculo que bombea mucho más que sangre: el corazón.
Desde ese mismo corazón te damos gracias infinitas y te deseamos la mayor de las suertes.
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