Se han dado a conocer recientemente los últimos datos del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre hábitos de lectura en España y, como todos los años, los resultados son demoledores. Me limitaré a un solo dato: cuatro de cada diez españoles no lee NUNCA y de los seis restantes habría también mucho que hablar.
Hace ya algún tiempo escribí en las páginas de este blog que me entristece profundamente constatar que en mi país cada vez se lee menos, se escribe peor y se habla de un modo más deplorable -prensa, radio, televisión y redes sociales incluidas-. Por desgracia, mi postura no ha variado ni un ápice.
Soy una gran convencida de que hablar y escribir bien son signos incuestionables que definen nuestra identidad más profunda. Cuanto mayor sea la perfección en el uso de las palabras, así será de efectiva nuestra capacidad de relacionarnos socialmente. Saber comunicar adecuadamente es una cualidad fundamental en los ámbitos personal y profesional y, por lo tanto, convendría que nos esforzáramos con afán en dominarla. Además, aprender a expresar las ideas de un modo claro y preciso es una capacidad al alcance de todo aquel que esté dispuesto a dedicar un mínimo de su tiempo y de su esfuerzo a tal labor.
No en vano somos seres sociales que necesitamos relacionarnos entre sí para transmitir conocimientos, experiencias, sentimientos y opiniones. Y, teniendo en cuenta que el arte de hablar es el arte de persuadir, quienes se expresen con claridad y precisión se abrirán camino en la vida con mayor rapidez y probabilidad de éxito.
Lo mismo ocurre con la expresión escrita. Escribir correctamente es una de las mejores inversiones que cualquier persona puede realizar, ya que evidencia una educación que incluye la necesaria y asidua dedicación a la lectura, a la par que le abre las puertas para entender y ser comprendido.
Sin embargo, al contrario de lo que sucede en otros países de nuestro entorno -muy especialmente los de la esfera anglosajona- el sistema educativo español apenas contempla el aprendizaje de técnicas de oratoria. Allí los alumnos pugnan por salir a la pizarra para exponer un tema delante de sus compañeros. Desde el tono de voz a la postura empleada, desde el contenido a desarrollar al tiempo dedicado para ello, todo es decisivo. La timidez se trabaja para transformarla en autoestima. Han de desinhibirse, enfrentar el miedo, no acobardarse ante los demás y creer en ellos mismos.
Aquí, sin embargo, es patente nuestro déficit formativo en esta área. A los españoles no nos gusta hablar en público (incluida la clase política) y no acaba de calarnos la idea de que el talento por sí solo ya no es suficiente y de que una persona preparada que, además, sabe hablar, atesora unas posibilidades de futuro muy superiores a las de otra con espectaculares conocimientos pero nulas dotes comunicadoras.
Los expertos en la materia afirman con rotundidad que transmitir con eficacia es una habilidad básica y prioritaria, de tal manera que, mejorando la virtud de la oratoria en niños y jóvenes (se puede aprender a hablar en público a cualquier edad pero, cuanto antes se empiece, mejor) se conseguiría un efecto muy positivo en su rendimiento escolar y en su desarrollo profesional, aumentando los niveles de asertividad, liderazgo y empatía.
Es verdad que cuando se trabaja desde edades tempranas es más fácil dominar su técnica pero, como no tiene fecha de caducidad, basta con la voluntad intemporal de aprender para completar carencias y paliar vicios.
Personalmente me llama la atención muy favorablemente que en países como Gran Bretaña o Estados Unidos la dinámica parlamentaria se organice en torno a discusiones abiertas y espontáneas, en clara contraposición a las preguntas redactadas de antemano y a los pesados turnos de intervención propios de nuestros Congreso, Senado y Parlamentos Autonómicos.
De hecho, también los procesos judiciales los basan en duelos verbales, a diferencia del lento y burocrático modelo hispano. Por suerte para sus ciudadanos, la retórica está en el corazón del debate político, preservando el cordón umbilical que une la oratoria con la práctica democrática.
En consecuencia, creo firmemente que enseñar a leer con asiduidad, a escribir con corrección y a hablar en público con destreza deberían ser los tres objetivos absolutamente ineludibles de nuestro sistema educativo. Sin ellos, el resto de conocimientos adquiridos quedarán huérfanos. Porque una sociedad que lee poco, escribe mal y habla peor está abocada al fracaso más absoluto.
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