domingo, 22 de enero de 2012

LA ANOREXIA DESFILA DE NUEVO SOBRE LAS PASARELAS

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 22 de enero de 2012



El pasado 7 de diciembre se celebró en la ciudad china de Shangai el concurso anual de modelos de la prestigiosa agencia Elite, responsable del descubrimiento de anteriores reinas de los desfiles como Cindy Crawford –ganadora de la primera edición-, Naomi Campbell o la española Inés Sastre. La última ganadora del certamen es una joven sueca de quince años que responde al nombre de Julia Schneider y que, amén de contar con una edad que, por lógica, no le ha permitido desarrollarse al completo ni física ni mentalmente, presenta un aspecto desolador. Las cifras sobre las que se basa su triunfo son las siguientes: 1,79 m. de altura, 81 cm. de busto, 64 cm. de cintura, 86 cm. de cadera, un 42 de pie y una delgadez extrema cuya traducción a kilos no ha trascendido, seguramente para evitarle al respetable un soponcio no deseado. Tan esquelética adolescente, de ojos azules y rubia melena, resultó elegida entre ochocientas jóvenes de cincuenta y cinco países diferentes y parece ser que le aguarda un prometedor futuro profesional a desarrollar en las pasarelas de medio mundo. Paradójicamente, mientras en la década de los noventa las curvas femeninas cotizaban al alza y eran dignas de admiración, con la posterior entrada en escena de ese paradigma de la insalubridad llamado Kate Moss, aquella tendencia ha virado hacia la androginia en detrimento de la femineidad.


La polémica desatada por el fallecimiento de dos modelos, una brasileña y otra uruguaya, a causa de esta patología, fue determinante a la hora de asociar pasarela y anorexia. Así, desde que se dispararon las estadísticas de la enfermedad, los responsables del negocio decidieron hacer propósito de enmienda con el fin de eludir su parte de responsabilidad y en eventos como Cibeles o Gaudí prescindieron de aquellas profesionales que no poseyeran un índice adecuado de masa corporal. Sin embargo, la batalla sigue estando perdida y las promesas de corregir el problema caen una y otra vez en saco roto. A la espera de la pendiente homologación de tallas, son millones las mujeres –y, aunque en menor medida, también los hombres- que enferman y hasta mueren a causa de las complicaciones derivadas de los desórdenes alimenticios sufridos en pos de un patrón de belleza inasumible. La demostración fehaciente de que nada ha cambiado es la citada Julia Schneider. El mensaje que se nos transmite con su elección es demoledor y afecta a numerosas cuasi niñas sin la suficiente personalidad que, persuadidas de que la estética imperante es una combinación de piel y huesos embutida en una talla 34, acaban por negarse a comer.

En breve, como viene siendo habitual año tras año, las principales revistas de moda adornarán los escaparates de los quioscos para ilustrarnos sobre las tendencias de la inminente temporada primavera-verano. Asimismo, nos remitirán por enésima vez a unos prototipos corporales situados a kilómetros luz de la salud, de la belleza y, sobre todo, de la realidad. Semejantes cánones que equiparan a las mujeres con maniquíes de cartón piedra parecen, más bien, obra de mentes distorsionadas y ni siquiera resultan aptos para lucir adecuadamente las creaciones de ningún diseñador.

En mi opinión, ni la industria de referencia -dirigida por individuos que desoyen las reiteradas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud sobre alimentación equilibrada y vida saludable- ni tampoco los propios modistos-empeñados en seguir contratando a auténticas perchas humanas que exhiban la estrechez de sus prendas- están libres de pecado y sus propósitos de enmienda, hasta la fecha, no son más que papel mojado. Se impone una reflexión sobre el tema si no queremos que una parte de la juventud actual se vea abocada a un callejón sin salida.

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