domingo, 15 de abril de 2012

LA PERMISIVIDAD DE LOS PADRES PERJUDICA A LOS ADOLESCENTES

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 15 de abril de 2012




Hace algunos meses, coincidiendo con la presentación de su último libro “El cuaderno de Maya”, leí en un suplemento dominical una entrevista realizada a la novelista Isabel Allende en la que manifestaba algunas ideas que comparto plenamente.

En una de estas confesiones se refería al concepto de familia. No en vano, sufrió en sus propias carnes el drama de perder a una hija de veintiocho años, víctima de una enfermedad metabólica. Ella, esposa de norteamericano y residente en Estados Unidos, forma parte de un clan latino muy unido, una especie de tribu del que es la matriarca y en la que sus miembros conforman una estructura de gran fortaleza. Por ello, le resulta muy chocante que en los países sajones mimen extraordinariamente a los niños mientras son pequeños pero, apenas terminan el instituto, les lancen a abrirse camino a toda prisa, sea en las universidades o fuera de ellas, dando así por zanjada la convivencia en un hogar al que sólo regresan, en el mejor de los casos, para celebrar el Día de Acción de Gracias y la Navidad, renunciando voluntariamente a un contacto más personal y de carácter continuado.

Personalmente, me cuesta un gran esfuerzo comprender esas supuestas bases científicas o sociológicas sobre las que algunas culturas defienden que lo más conveniente para el  desarrollo de sus miembros es una rápida resolución de su futuro, preferiblemente –y ahí es donde discrepo abiertamente- lejos de sus núcleos familiares, como si éstos constituyeran un lastre para su evolución.

A quienes pretendemos compartir con nuestros hijos algunas horas al día, aunque estén en plena adolescencia, y no renunciamos a disfrutar junto a ellos de unas jornadas de vacaciones anuales, se nos acusa con frecuencia de intentar prolongar más allá de lo razonable esa mutua necesidad de afecto y compañía. En definitiva, de ir “contra natura”.

Sin ir más lejos, me consta que muchos jóvenes de mi entorno a quienes he visto crecer y por quienes siento verdadero cariño han disfrutado de las jornadas centrales de la Semana Santa alejados de sus respectivas familias, amparándose en la idea de que, a partir de cierta edad, compartir una parte de su tiempo de ocio con ellas es un disparate y les convierte en el hazmerreír del rebaño. Eso sí, se olvidan de un pequeño detalle: esos padres que, en ocasiones, les sobran, son los mismos que les financian los apartamentos, las entradas de los conciertos y los caprichos de rigor, aunque bastantes de ellos hayan obtenido en las evaluaciones escolares, como significativa carta de presentación, un carro de suspensos.

De más está decir que admito cualquier opción educativa que sea respetable, convencida de que cada progenitor intenta acertar con el modelo que buenamente ha elegido, pero percibo con tristeza un aumento de derrotismo y de auto justificación por parte de los adultos. Al grito de “ahora las cosas no son como antes” cierran los ojos y cruzan los dedos para que el destino no les juegue una mala pasada. Sé positivamente que bregar con un chaval que te saca la cabeza o con una Lolita de hormonas revolucionadas no es tarea fácil pero estamos obligados a cuidarles y a velar por ellos, aunque nos cueste más de un enfrentamiento prohibirles determinadas prácticas o restringir sus horarios de entrada y salida. De lo contrario, les estaremos haciendo un flaco favor que tendrá su reflejo en el futuro.

Por lo que a mí respecta, ni me conformo ni me resigno. Cada etapa vacacional será una nueva oportunidad para ser feliz por la sencilla razón de que, sin dejar de respetar su esfera individual, dispondré de más horas para estar con los míos, para conversar con ellos, para escucharles o para ser testigo de sus silencios. Con independencia de la edad que tengan.

2 comentarios:

  1. Estimada Abogada,
    lamentablemente la gente piensa que con llevar a los niños al Colegio la vida de ellos está resuelta, y se equivocan; puesto que la primera escuela que un niño tiene s su casa, y los mejores profesores (y su espejo) son los padres, y desde pequeños los pequeños se graban en su mente, el ejemplo, las bases, las directrices que los mismos les imparten acerca de la vida.
    Pero si en casa los padres beben, fuman, dicen palabrotas, bociferan, etc. etc. ¿Qué quieren que sean sus hijos?
    dificilmente salgan personas de provecho.
    Confío en que la sociedad haga autoanálisis y reaccione ante este gran fallo de pensar que la culpa es de los profesores y las escuelas.
    el ejemplo comienza en casa.

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  2. Estimado lector:

    Le agradezco el detalle de comentar mi artículo. No le quepa ninguna duda de que estoy totalmente de acuerdo con usted. En nuestra sociedad existe la mala costumbre de echar balones fuera y de culpar de todos los males a un tercero. Nuestra capacidad de autocrítica es francamente limitada y ahí se encuentra la raíz de muchos de los problemas actuales. Ojalá, aunque sea de modo individual, nos esforcemos por cambiar determinadas situaciones en aras del bien común. Cada gesto cuenta. Cada voluntad suma.
    Un saludo muy cordial.
    MYRIAM

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