viernes, 4 de diciembre de 2015

NAVIDADES BLANCAS Y NAVIDADES LAICAS



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 4 de diciembre de 2015




A mí me parecía imposible diseñar una celebración laica de la Navidad, esto es, sin Belenes ni villancicos, llamada únicamente a ensalzar las virtudes del inminente solsticio de invierno. Sin embargo, Carmenas y Colaus mediante, salta a la vista que está llamada a convertirse en el enésimo logro de la modernidad, en dura pugna con los Bautizos y las Primeras Comuniones civiles, fenómenos también de reciente creación y que, en boca de sus inventores, consisten en unas fiestas de glorificación de la infancia y la adolescencia. No me cabe duda de que en el fondo de estas novedosas alternativas subyace una intensa presión (disfrazada, eso sí, de respeto a la diversidad) por parte de algunos representantes políticos y sociales, cuyo objetivo prioritario consiste en eliminar de la vida pública toda referencia religiosa y en construir otra sociedad en la que no exista tiempo ni lugar para dioses, y muy en particular para el Dios de los cristianos, a todas luces el que más les incomoda. Afirman que es “lo propio” en un Estado laico, que se trata de la “condictio sine qua non” para poder vivir en paz dentro de una comunidad plural, en la que cada uno mostrará o no su fe de puertas para adentro, en la intimidad del hogar, cual catacumba romana de nuevo cuño. 

Pero curiosamente, para desactivar tal argumento, el art. 16.3 de nuestra Constitución establece que el Estado español es aconfesional, concepto que, tal y como aprendí años ha en la facultad de Derecho, no es exactamente sinónimo de laico. La aconfesionalidad de un Estado alude a la no profesión por parte del mismo de una religión propia, y así poder proteger las religiones que libremente quieran profesar sus ciudadanos. Ello se explica porque ninguna sociedad es aconfesional, de suerte que sus miembros pueden ejercer, entre otras, la libertad religiosa (que incluye manifestarse y actuar públicamente según las propias convicciones, siempre con el debido respeto y bajo el estricto cumplimiento de la legalidad). 

Por el contrario, la laicidad se fundamenta en la distinción entre el plano secular y el plano religioso, y promueve la autonomía de la esfera civil y política respecto de la religiosa y eclesiástica (que tampoco equivale a la esfera moral). Por lo tanto, no quiere decir en absoluto que el Estado deba desentenderse por completo del fenómeno religioso. Más bien, si pretende ser verdaderamente democrático, deberá reconocer y garantizar a la ciudadanía un sistema de libertades públicas que incluyan la ideológica y la de la formación moral, de acuerdo con esas convicciones ya aludidas. 

Cosa distinta es que ciertos gobernantes asuman la opción del laicismo (que nada tiene que ver con la aconfesionalidad ni con la laicidad y que sacrifica una deseable neutralidad por el camino) y traten de imponerla a través de algunas decisiones, como mínimo, discutibles. Porque el laicismo es un ideología cuya componente de hostilidad o, en el mejor de los casos, de indiferencia hacia la religión, choca frontalmente con la idea de libertad religiosa. Según sus defensores, lo religioso, en el caso de no extirparse de raíz, debe quedar confinado a ese ámbito de privacidad (a este paso, casi de clandestinidad) al que me refería anteriormente. Pero eso sería tanto como aceptar que lo público se agota en lo estatal y, por fortuna, no es verdad. 

Existen múltiples realidades públicas que exceden a las estatales. Negarlo es no admitir la distinción misma entre sociedad y Estado, y abrazar una concepción totalitaria de éste. Es obvio que se puede garantizar a todo ciudadano el ejercicio de su religión a través de las correspondientes manifestaciones asociadas, sin poner por ello en riesgo la independencia de dicho Estado. Lo que no parece de recibo es la actual cruzada en contra de algunos actos tan tradicionales e inofensivos como la colocación de un Belén municipal o el ensayo de villancicos en una escuela, con la excusa de que alguien pueda sentirse ofendido o marginado. Definitivamente, es el mundo al revés.




2 comentarios:

  1. ¡Toma ya! Pues no lo había visto, pero sinceramente me parece ridículo. Como una comunión por lo civil... En fin. Las navidades son lo que son. Y al que no le guste, pues que no las celebre. Yo no me molesto por los ritos de otras religiones ni por el que decide no celebrar nada. No sé. Quizás me paso de sencilla en este mundo tan complejo.
    Mil besos

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  2. Como de costumbre, totalmente de acuerdo con tu valoración.

    Un beso y feliz semana.

    MYRIAM

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