Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 29 de mayo de 2015
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 11 de junio de 2015
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 11 de junio de 2015
Uno de los
mayores fraudes que pueden llevarse a cabo en el entorno de una relación
laboral es el que afecta a los denominados “falsos autónomos”. Muchas empresas comenzaron
a recurrir puntualmente a esta trampa en la fase más aguda de la crisis
económica pero, finalmente, han decidido implantarla en sus compañías como una
vía más de contratación. Determinadas profesiones, como las de transportista, comercial, agente de seguros, profesor,
informático, arquitecto, ingeniero, periodista, fotógrafo o diseñador -entre
otras- presentan una mayor incidencia de esta figura laboral, que se mueve sin
ninguna duda en el filo de la ilegalidad.
El
panorama es desolador y consiste básicamente en que las empresas se ahorran las
cotizaciones a la Seguridad Social de parte de su plantilla, lo que se traduce
para los damnificados en la ausencia de derecho a paro, a salario mínimo, a
baja de ninguna clase, a vacaciones, a permiso de lactancia o maternidad, a
reducciones voluntarias de jornada, a preaviso de despido o a indemnización.
Además, las posibles (aunque improbables) demandas que se interpongan, se resuelven
en la jurisdicción civil y no en la laboral (más favorable por regla general a
los asalariados). Pese a ello, la ignorancia, el miedo y, por encima de todo, la necesidad, condenan a muchos hombres y
mujeres a aceptar estas injustas condiciones, triste
realidad que viene siendo denunciada por sindicatos y por otras voces desde
hace bastante tiempo.
No pocos empleadores
ofrecen trabajo a condición de que sus empleados se inscriban en el Régimen
Especial del Trabajador Autónomo (RETA). Pero resulta todavía más sangrante el
hecho de que se deshagan de ellos como paso previo para volver a readmitirlos
en otras condiciones, claramente desfavorables desde el punto de vista de los
derechos adquiridos. Lamentablemente, y como suele ocurrir igualmente con otras
prácticas fraudulentas, estas actuaciones no hallan reflejo en las estadísticas
oficiales.
Para poner
fin a estos abusos, lo ideal sería que los implicados se inscribieran como “TRADES”,
trabajadores autónomos dependientes, que son “aquellos que realizan una
actividad económica o profesional a título lucrativo y de forma habitual,
personal, directa y predominante para una persona física o jurídica, denominada
cliente, del que dependen económicamente por percibir de él, al menos, el 75%
de sus ingresos por rendimientos de trabajo y de actividades económicas o
profesionales». Sin embargo, el temor de las empresas a la conflictividad está
en el trasfondo de la escasa acogida de esta opción, ya que, en caso de
desacuerdo entre las partes, aquí sí interviene la jurisdicción social.
A raíz de
estas praxis, la Inspección de Trabajo ha desarrollado algunas campañas con
resultados que, aunque insuficientes, merecen ser valorados y apoyados sin
fisuras en el futuro. Desde la aprobación del Plan de Lucha contra el Empleo
Irregular y contra el fraude a la Seguridad Social, en 2012 se produjeron 4.067
iniciativas, que permitieron aflorar 2.372 supuestos de trabajo por cuenta
ajena o propia sin comunicación de la prestación de servicios a la Tesorería
General de la Seguridad Social. Otro objeto de investigación ha sido la comprobación
de contratos a tiempo parcial que, en realidad, lo eran a tiempo completo pero
oculto (3.395 de 10.398, también en 2012).
A pesar de la voluntad
confesa de colaboración por parte del Gobierno de la Nación, algunos de los
perjudicados, hartos ya de esperar a que una inspección ponga fin a su calvario
profesional, han decidido dar el paso de demandar a sus empresas, iniciando de esta manera otro
calvario igual o peor, habida cuenta que la mayoría de ellos no dispone de
ingresos mientras espera la correspondiente sentencia judicial. Y otros muchos ni
siquiera acuden a los tribunales por razones sumamente comprensibles, que van
desde el pavor hasta la desolación de constatar que son víctimas de una
injusticia impropia de un Estado que se autodefine como Social y Democrático de
Derecho. Sin comentarios.
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