Ahora que acaba de cumplirse el 70
aniversario de la clausura del campo de concentración de Mauthausen, he
recordado la sorpresa y, simultáneamente, la admiración que me produjo la
lectura de una sentencia dictada por un juez de menores alemán mediante la que
imponía a una joven de dieciséis años una pena inédita: obligarla a comprar con
su dinero un ejemplar del “Diario de Ana Frank”, leerlo y redactar un resumen
que debería presentar ante su Señoría en el plazo de diez días. La adolescente
en cuestión, que compartía con la famosa chica judía la misma edad que ésta
tenía cuando falleció, después de enormes sufrimientos, en otro campo de concentración,
el de Bergen-Belsen, fue detenida por la policía mientras, ayudada de un bote
de spray negro, pintaba enormes cruces gamadas en muros y paredes.
El magistrado, que confesó haber padecido
noches de insomnio previas a la toma de su decisión, confiaba en que la lectura
del libro sirviera a la neonazi para conectar su perturbado universo con otra
realidad que desconocía por completo, la de las consecuencias del
nacionalsocialismo. En las sesiones del juicio, la peculiar artista callejera fue
examinada sobre sus conocimientos históricos y, como era previsible, no supo
responder a cuestiones tan básicas como qué fueron las SS, qué valores
representaba la esvástica o de qué modo había influido la lacra del nazismo en
los ámbitos social y político.
En todo caso, no es necesario desplazarse a Centroeuropa
para encontrar especialistas en Derecho de Menores que defienden que el objeto
de su condena no es meramente el castigo sino la educación y la rehabilitación implícitas.
Entre todos ellos, ha destacado por su trascendencia mediática Emilio
Calatayud, Juez de Menores de Granada que, debido a su mal comportamiento en la
etapa juvenil, atravesó más de una vez las barreras de la legalidad. Quizá por
ello, por saber mejor que nadie cómo redimir al delincuente, haya sido partidario
de aplicar la fórmula menos habitual pero, al mismo tiempo, la más efectiva,
que propugna que los delitos se pagan sirviendo a la sociedad.
Con la puesta en práctica de esta teoría, unida
a las constantes invitaciones a escolares para visitar los Juzgados y presenciar
in situ algunas vistas, este peculiar
magistrado logró reducir considerablemente la delincuencia de dicha provincia
andaluza. Sus ejemplarizantes resoluciones iban desde obligar a un pirómano a
repoblar bosques hasta exigir a un hacker que impartiera clases a estudiantes
de informática, pasando por sancionar a un chiquillo agresivo a atender a
inmigrantes llegados en patera u obligar a conductores borrachos a visitar a
víctimas tetrapléjicas de accidentes de circulación.
Calatayud, con los datos en la mano, ha afirmado
siempre que sólo un diez por ciento de los chavales son carne de cañón, aunque
admite que no siempre es fácil percibir la línea fronteriza que les separa del
restante noventa por ciento. Dicho lo cual, y tras muchos años convirtiendo sus
decisiones judiciales en auténticas lecciones de vida, tampoco duda en
reconocer que ser un buen padre puede resultar sumamente complicado para todo
el que no sepa ejercer la autoridad necesaria, exigencia perfectamente compatible
con el amor incondicional hacia esos hijos que, mientras no cumplan los
dieciocho años, están bajo la exclusiva responsabilidad paterna.
Tampoco hay que olvidar que existen casos que
suscitan una gran alarma social, como los crímenes horrendos de Sandra Palo, Marta
del Castillo o el recientemente sucedido en un instituto barcelonés, pero no es
menos cierto que, en situaciones no tan extremas, el milagro de la redención a
veces se produce. Al menos, es lo que atestiguan algunos expertos en la materia,
sean alemanes, españoles o de cualquier otro país. Aunque sean demasiadas las
historias tristes y muy pocas las que acaban con final feliz, creo firmemente
que vale la pena luchar por éstas últimas. Porque mejorar la sociedad es tarea
de todos.
No conocía el suceso alemán, pero sí que he seguido a Calatayud, y ante él me quito el sombrero. Un castigo no siempre es la solución, y esta vía más creativa y cercana a la re-educación me parece mucho más acertada (a pesar de que no siempre podamos obtener los resultados deseados).
ResponderEliminarMil besos, guapa.