Mañana martes
se cumplen 100 años del nacimiento de la cantante más definitiva de toda la
historia del jazz: Billie Holiday (Philadelphia, 1915 - Nueva York, 1959).
Si convenimos que el dolor agudiza la creatividad, no es de extrañar que su
vida resultara una permanente y total obra de arte. Vivió con una herida abierta que
supuró talento, crueldad y humillaciones. Más que un juguete roto, fue una mujer marcada por las terribles
circunstancias de la época y de la sociedad en las que le tocó sobrevivir y de
los amores errados en los que se embarcó. En sus propias palabras manifestaba que “puedes ir vestida de raso, con gardenias en
el pelo y no ver una sola caña de azúcar en varios kilómetros a la redonda y,
aun así, seguir trabajando en una plantación".
A pesar de
la varias voces maestras del jazz del siglo XX, todavía está por descubrirse
una que concite tantísima unanimidad como la de esta dama golpeada por la
desgracia que, pese a las piedras infinitas que encontró (y que colocaron) en
su camino, transitó por su vida sin desaliento. Víctima de una violación a los
diez años, tuvo que soportar un verdadero calvario por su doble condición de
fémina y de negra. Durante su infancia trabajando en un burdel, el destino le
permitió escuchar a Bessie Smith
y Louis Armstrong a través de un
tocadiscos que aligeraba la espera de los clientes de las prostitutas, de modo
que aquella música la salvó de dedicarse en cuerpo y alma al oficio más antiguo
del mundo y la convirtió en la cantante definitiva.
Pronto
captó la atención de las mejores orquestas de las décadas gloriosas del género,
como las de Benny Goodman y Count Basie. Su voz era un lamento vocal con una hondura
emocional mágica y con una sensibilidad en el fraseo única e irrepetible. Se
dice que nadie como ella pronunciaba con tanto desgarro las palabras
"Love" o "Baby". “Lo que sale es lo que siento. Odio las
canciones en línea recta. Tengo que cambiar los tonos y ajustarlos a mi propia
forma de entender la música. Esto es todo lo que sé", declaraba
por aquel entonces la diva.
Sobre el
escenario, Billie Holiday era todo luminosidad. Pero, cuando bajaba de él,
retornaba a las sombras. No podía tener contacto con el público blanco, accedía
a los locales por la puerta trasera y cobraba menos retribuciones que el resto
de sus compañeros. A todo ello, se sumó su reconocida adicción a la heroína y
un paso por la cárcel que le dejó un recuerdo
muy cruel. Tampoco le acompañó la suerte en el terreno sentimental, encadenando
una serie de amantes mafiosos y maltratadores.
Dejó
registradas cerca de 300 canciones inmortales como 'Night and Day', 'Lover Man',
'Satin Doll', 'Blue Moon', 'All of Me', 'Body and Soul' o 'Embraceable You',
así como composiciones propias como 'I
Love You Porgy', 'Fine and Mellow', 'God Bless the Child' o 'Everything Happens for the Best', aunque
fue “Strange Fruit” la elegida por la
revista 'Time' como la mejor canción
del siglo XX.
Numerosos
músicos de primera fila acudieron a su
multitudinario funeral en señal de respeto y admiración, quién sabe si sintiéndose
tal vez culpables de no haber hecho algo más por una de los suyos.
Probablemente, la mejor de todos.
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