Es bien sabido que Turquía pretende entrar desde hace mucho tiempo en la
Unión Europea. Sin embargo, con acciones como la que acaba de saltar a las
portadas de los medios de comunicación de todo el mundo, parece una aspiración
inalcanzable, por suerte para el resto de los países miembros, España incluida.
Una mujer maltratada de Ankara ha sido condenada a compensar económicamente
a su marido por haberse este lesionado en la mano tras golpearla salvajemente. El
caso comenzó cuando la Policía se vio obligada a intervenir para impedir que el
agresor sacara a su esposa y a su hijo del domicilio de unos vecinos donde se
habían refugiado tras la enésima paliza. De hecho, el sujeto en cuestión ha
continuado agrediendo a la víctima incluso después del juicio, aprovechando el
esposo los días de visita al piso de acogida en el que vivían madre e hijo
concedido por ley, por lo que ambos han tenido
que ser trasladados a otra ciudad del país.
Lo inadmisible de esta historia es que la Oficina del Fiscal de Ankara
decidió acusar a ambos cónyuges de herirse mutuamente. A él, por los golpes
propinados y a ella, por un arañazo en el pecho y por la mano inflamada,
sentenciándoles a pagar el equivalente a mil euros y suspendiendo la ejecución
del veredicto. Equiparar una paliza a un arañazo parecería una broma de mal
gusto si no fuera porque es real como la vida misma y porque la actitud de la mujer
es un claro ejemplo de legítima defensa. Además, la lectura derivada de la sentencia es
que ni la justicia turca ni las autoridades de dicho país apoyarán a ninguna víctima
que atraviese una circunstancia similar a la expuesta. Ni más ni menos.
Es imposible no sentir una profunda impotencia ante situaciones como esta. Pienso
en millones de niñas y mujeres asesinadas, maltratadas, golpeadas, violadas
individualmente y en grupo, rociadas con ácido, secuestradas, obligadas por sus
familias a casarse con alguien a quien ni siquiera conocen. Mujeres sin
libertad, utilizadas para tener hijos que nacen en condiciones habitualmente
pésimas, mutiladas sexualmente en la niñez , vestidas con unos ropajes que no
les permiten ni siquiera respirar y a las que ni muertas en vida las dejan en paz.
Este individuo turco, con el beneplácito y/o la indiferencia de una sociedad
enferma, continuará pegando a su mujer allá donde vaya hasta terminar con ella y sin importarle que su
hijo común sea testigo.
No cabe mayor horror.
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