Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 12 de junio de 2015
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 15 de junio de 2015
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 15 de junio de 2015
Cuando algunos padres -como los del niño catalán infectado de difteria que
se debate entre la vida y la muerte en la UCI del Hospital Vall d’Hebron-
deciden no vacunar a un hijo, provocan la colisión de varios principios
universales. Uno de ellos es el derecho de todo progenitor a elegir lo que
considera mejor para sus vástagos. Otro es el del propio niño a obtener para sí
mismo los mayores avances sanitarios aceptados por la comunidad médica, aun
cuando sus padres no los acepten. Y un tercero, extraordinariamente relevante, es
el del resto de adultos y menores que cumplen escrupulosamente con los
programas de vacunación a no contagiarse por sus incumplidores. Se trata, pues,
de un debate público muy serio y, por
desgracia, todavía no resuelto desde el punto de vista legal y ético.
En contra de lo que muchos piensan, la vacunación en España no es
obligatoria. Su ausencia ni siquiera supone un obstáculo para impedir la
escolarización de un menor. En nuestro país sólo es forzosa “en el caso de un brote infeccioso no controlado
en un colectivo de personas no vacunadas por una infección que es prevenible
mediante vacunación”. Pero lo cierto es que los grupos contrarios a la
aplicación de esta medida son cada vez más numerosos, y su repercusión, gracias
a las influyentes redes sociales, más notoria.
Las vacunas constituyen uno de los mayores descubrimientos en la historia
de la Medicina. Gracias a su eficacia han desaparecido enfermedades muy
frecuentes hasta hace pocos años y son el elemento de prevención más importante
del que disponen los médicos. Pero, paradójicamente, a
medida que erradican patologías antaño mortales, crece el número de padres
contrarios a ellas. Por lo visto, nuestra avanzada sociedad
está ahora más pendiente de sus posibles efectos adversos, por leves o raros
que sean. Parece haber olvidado aquel pasado no tan lejano de desprotección
frente a males como la viruela, la poliomielitis, el sarampión o la misma
gripe. Quizás una información clara y precisa sobre su seguridad
sea clave para que sus detractores comprendan su trascendencia y se eviten
casos tan lamentables como el que reflejan estos días las portadas de los
medios de comunicación.
En el caso de España, uno de los
principales puntos que mueven a confusión es la inexistencia de una
programación unificada, puesto que cada Comunidad Autónoma decide qué
vacunas incluir en el calendario oficial y cómo se deben administrar. El Ministerio
de Sanidad, sensible a esta problemática, ha comenzado a dar los primeros pasos
para solucionarla adecuadamente. Además,
se debería informar y educar a los usuarios en la medida de lo
posible, persiguiendo de forma punible a quienes transmitan mensajes alarmistas
sin evidencia científica alguna. La ignorancia es atrevida y, en ocasiones,
incurre en dolo y, por lo tanto, en responsabilidad civil.
Las vacunas son un derecho del hijo y una obligación de los padres, que
deben proporcionarle las herramientas existentes para evitar que enferme. Es
cierto que no son perfectas, pero casi. Tan cierto como que los avances
científicos en materia sanitaria van dirigidos a mejorar las condiciones de
vida de los seres humanos. Lo que no parece de recibo es apuntarse a estas
corrientes pseudo alternativas que adoptan posicionamientos de riesgo y que
ponen en claro peligro a terceros inocentes. Ha trascendido que algunas
personas del entorno del contagiado se han convertido en portadoras de la
enfermedad por la sencilla razón de que “pasaban por ahí”. No es justo. Tampoco
es solidario. Ahora que su pequeño está conectado a tres máquinas, esta pobre
pareja lamenta haber seguido las recomendaciones de los colectivos antivacunas.
Ojalá se recupere satisfactoriamente y su caso sirva para recordarnos que vivir
en sociedad implica cumplir ciertas normas y recomendaciones, con independencia
de que nos gusten o no.
Ya sabes que me gusta respetar todas las decisiones, pero eso no quiere decir que me parezcan acertadas. En este caso por ejemplo. Tenemos un compañero que ha decidido no vacunar a sus hijas. Decisión muy respetable, pero cuando carga tintas contra los que según él estamos "engañados por las farmacéuticas", yo no pueda por menos que contestar y termine soltando la lengua recordándole que sus retoños viven tan felices porque los de los demás están vacunados...
ResponderEliminarAsí es, preciosa.
ResponderEliminarAunque cueste asumirlo, no todas las posturas son respetables. De hecho, muchas resultan extremadamente egoístas e insolidarias. Tu compañero es ejemplo de una de ellas.
No sé qué pasaría si todos obrásemos de igual manera.
La triste realidad es que el pobre niño sigue en la UCI.
Besos mil
MYRIAM