PAISAJE DESPUÉS DE LA BATALLA

Para Olivia, con inmenso cariño y profunda admiración.

Tu ejemplo ilumina mi camino.

Sigue adelante.

SIEMPRE

Particularmente duro está resultando para algunos, entre quienes me cuento, digerir los resultados electorales de las pasadas elecciones autonómicas y municipales. A la constatación del funcionamiento del perverso sistema electoral canario, que nos condena a la falta más absoluta de auténtica democracia representativa en el archipiélago afortunado, se añade el penoso espectáculo adicional de los pactos postelectorales, mercadería vomitiva de poltronas y cargos que se lleva a cabo al margen de la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas.  Visto lo visto, queda más que patente que nuestro actual sistema constitucional asentado sobre las bases del modelo parlamentario debería ser revisado sin tardanza.

Actualmente, el pueblo español sólo elige a los órganos colegiados que le representan (los Parlamentos o los plenos de los Ayuntamientos), pero no a otros cargos públicos unipersonales, como los Presidentes de los Gobiernos (sea el estatal o los autonómicos) y los alcaldes, que son designados por los anteriores. Dicho de otro modo, los máximos mandatarios de los diversos ejecutivos y de las corporaciones municipales ocupan sus puestos en la medida en que cuenten con el respaldo y el apoyo de los miembros de las Asambleas legislativas o de la mayoría de los concejales. Cierto es que esta manera de ejercer la política ha funcionado con relativa fortuna a lo largo de los siglos en muchos países, pero sólo tiene lógica cuando las mayorías formadas para elegir a los dirigentes son construidas sobre una correlación clara entre la voluntad popular y la voluntad partidista.

Porque resulta radicalmente distinto asumir que, para arrinconar a la candidatura más votada, se alíen hasta cuatro o cinco siglas de muy diferente condición. Pretender que los votantes entiendan que esos representantes a quienes acaban de elegir pacten con otros, no por proximidad de pensamiento ni por semejanza de posturas, sino simple y llanamente por privar de su cargo a quienes les han ganado en buena lid, es harto complicado, por no decir imposible. Y el hecho de que se trate de una opción legal y escrupulosa con la aritmética parlamentaria no evita que se traduzca en un enorme fraude a las verdaderas pretensiones de la ciudadanía. La retahíla de ejemplos sangrantes está ahí para todo aquel que tenga estómago para comprobarla.

Llegados a este punto, tal vez lo procedente sea cambiar de modelo. Se impone una reflexión seria sobre si el progresivo distanciamiento entre los deseos de los elegidos y los de sus electores es el camino correcto. Existen otras fórmulas, como la doble vuelta o la elección directa de presidentes y alcaldes, por citar algunas. Sería un cambio radical, una modificación histórica y un vuelco a años de tradición, pero absolutamente ineludibles para devolver a la democracia su verdadera razón de ser.