Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 3 de marzo de 2017
Siempre me ha llamado la atención la presencia de atractivas jóvenes entregando los premios a los vencedores de etapa de las vueltas ciclistas, no sin antes plantarles el consabido par de besos y rematar la faena con la foto del trío exhibiendo la mejor de sus sonrisas. Se trata de una, en apariencia, inocente costumbre que tiene lugar en casi todas las carreras del mundo, ya sean de bicis, motos o coches. Mi asombro, ciñéndome siempre al ámbito estrictamente deportivo, se extiende también a otros escenarios, como los tiempos muertos de los partidos de baloncesto o fútbol americano, o los intervalos entre los asaltos de las disciplinas asociadas a la lucha.
Para mi satisfacción, no debo ser la única. De hecho, en la Tour Down Under de Australia, primera prueba de la temporada internacional, han decidido sustituir a sus tradicionales azafatas por jóvenes promesas de la especialidad de las dos ruedas, copiando así la medida que en su momento adoptó la organización de una de las pruebas automovilísticas más importantes del citado continente, la Adelaide’s Clipsal 500 Motorcar Race. Es su particular apuesta por lanzar un mensaje en contra de la cosificación de la mujer y proponer un diferente protagonismo femenino en los citados eventos. El propio Ministro de Deportes australiano explicó a la cadena ABC News que "no tiene mucho sentido que el Gobierno pague a las azafatas del podio al tiempo que financia tratamientos psicológicos para ayudar a las chicas jóvenes con trastornos provocados por su imagen corporal”.
Ya existían precedentes de esta naturaleza en el mundo del motor. En su día, uno de los detractores más críticos fue Gérard Neveu, responsable de las 24 Horas de Le Mans, quien anunció la supresión argumentando que aquel tipo de exhibición formaba parte del pasado, atendiendo a la evolución de la condición femenina. Aun así, la contribución de la mujer asociada a determinadas competiciones deportivas se sigue reduciendo a su mera imagen y, cuanto más provocativa y sexualizada, mejor. No falta quien afirma que se trata de puestos de trabajo bien remunerados y perfectamente legítimos, por lo que eliminarlos perjudicaría a muchas jóvenes que necesitan de esos ingresos. Pero, siendo verdad, tampoco estaría de más llevar a cabo una profunda y seria reflexión sobre qué clase de empleo se les está ofreciendo y qué valores se quieren fomentar con él, porque todo parece indicar que el fin último es potenciar la belleza por encima de cualquier otro atributo personal. En este sentido, estoy convencida de que sobrarían voluntarios para acometer tan grata misión, sin ir más lejos los numerosos chavales pertenecientes a clubes deportivos, que así pueden ver cumplido su sueño de entregar los trofeos a sus ídolos a cambio de un maillot firmado o de la posibilidad de presenciar la llegada a la meta desde un lugar de privilegio.
Algunos ciclistas españoles ya han mostrado públicamente su apoyo a esta iniciativa. Otros, sin embargo, no acaban de tenerlo tan claro. De todos modos, y puestos a consultar a estos esforzados profesionales, no estaría de más preguntar también su opinión a especialistas en materia de género, como los antropólogos o los sociólogos. No sé por qué sospecho que sus valoraciones distarían sustancialmente de las expresadas tanto por los promotores como por los protagonistas de las citadas pruebas. Y quienes sugieren como alternativa la sustitución de las mujeres por hombres con el fin de realizar la misma encomienda (a saber, los besos, el ramo de flores y el peluche), tampoco parecen haber entendido el meollo de la cuestión. No se trata de cambiarles de género, sino de no convertir a los sujetos en objetos. Sin duda existen ejemplos bastante más sangrantes que este pero, mientras exista una firme voluntad institucional y mediática de realizar gestos como el de la Tour Down Under, el auténtico final de etapa de esta cruzada estará cada vez más cerca.
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