lunes, 22 de junio de 2015

MI REGALO DE CUMPLEAÑOS






PARA MI MADRE Y PARA MI HIJO MIGUEL,

QUE ESTÁN DONDE ESTOY YO.



"Mi mamá me mima"


Lo supo desde siempre, desde cuando alcanzaba su memoria. Sentada en una cama cubierta por un edredón de tonos claros, con pespuntes de hilo formando cuadros y rombos elegantes y perfectos. Con el pelo castaño recogido en una coleta, el pijama de franela y la mente inquieta a la búsqueda de paraísos por descubrir. Allí estaba la llave de todos los misterios. Era esa la clave del futuro, la senda por la que habría de alcanzar la felicidad eterna, la compañía perpetua, la respuesta a todas las preguntas.

Un libro de cuentos. Pocas palabras. Muchas ilustraciones. Una de ellas, la de una bruja tan hermosa como malvada. La encarnación del mal envuelta en la belleza formal más inalcanzable. Vestida de negro y maquinando las peores perversiones destinadas a ese mundo infantil que ella habitaba. Un mundo de madres buenas y padres trabajadores, de olor a limpio y a comida recién hecha, de besos y abrazos a todas horas. Cuánto amor recibido. Cuántos recuerdos con los que construir una vida para ser contada y compartida.

Lo intuyó con meridiana claridad, como si lo viera en una bola de cristal. Las palabras serían su salvación, aunque tuviera que pagar por ello el precio de las pesadillas nocturnas. Aprender a leer lo cambiaría todo, porque desde ese momento el universo en pleno estaría a su alcance.  Por eso no se quejó cuando la volvieron a llevar, a pesar de sus protestas, a aquel inmueble sombrío y lúgubre en el que vivían los tíos de su madre, un matrimonio sin hijos formado por una maestra y un relojero que, emigrados del pueblo, habían decidido instalarse en la capital para afrontar los últimos años de su vida. Acercarse a sus rostros era una experiencia de ultratumba. Al de ella, porque el vello facial pinchaba con contundencia. Al de él, porque estaba siempre al borde de la congelación.

La casa invitaba a la huida desde el mismísimo entorno del portal, en una calle empedrada del Casco Viejo. Destacaban el penetrante olor a humedad y el ruido peculiar de la madera al resquebrajarse, peldaño a peldaño, rellano a rellano. Los problemas respiratorios de la anciana la condenaban a continuos vahos de mentol y, a veces, los catarros del Norte, las toses y las flemas, la sepultaban en una cama estrecha y vetusta. El colchón era incómodo, de los que conservan la huella corporal del yacente, y las mantas de lana, excesivas. Su marido, calvo y poco agraciado, no había nacido para ser anfitrión. Provocaba en las visitas un hondo rechazo con aquel ojo de mentira, una lente gigantesca que encajaba bajo el párpado derecho para aumentar el tamaño de las piezas minúsculas de los relojes mientras les hacía la autopsia.

En medio de la estancia, se alzaba un barreño lleno de agua donde ponían a remojo la ropa sucia con un chorro de lejía y, sobre un mesa marrón, reposaba un molinillo de café que la cría ya no volvería a ver en ningún otro lugar. El sonido de la molienda alternaba con el de las expectoraciones de la anciana. La cocina de leña, además de para cocer las verduras y las frutas, les servía también para, a duras penas, caldear el ambiente. Menudo frío hacía en los inviernos. Y en los otoños. Y, qué demonios, también en las primaveras. Porque en cada estación las visitas de las sobrinas se hacían ineludibles, acompañadas inevitablemente por sus hijas, las nietas de su hermana mayor.

Ella no tuvo hijos pero, a cambio, pudo estudiar y exhibir un nivel intelectual inalcanzable para el resto de su inmensa familia. Maestra Nacional. Con mayúsculas. Así rezaba el título enmarcado que colgaba de la pared del dormitorio. Una lotería impensable para el resto de sus incontables hermanos, vivos unos, muertos otros. Algunas solteras. Otras monjas. Otros frailes. Otros militares. Y, finalmente, los que se hicieron cargo de las tierras y las que se dedicaron a procrear. La España de antaño, que la vio nacer en el fatídico 98, el de la pérdida de Cuba, el de la cuna de una irrepetible generación de escritores de la que Benito Pérez Galdós fue el abanderado más insigne.

Y se obró el milagro. “Acércame a la niña a la cama”, le indicó a su hermosísima mamá. “Hoy voy a enseñarle a leer”. La pequeña se acercó temblorosa. Su cuerpo minúsculo no llegaba a los cuarenta y cinco meses y se perdía entre los excesos carnales de la septuagenaria, que colocó la cartilla sobre las piernas y el dedo índice sobre la página de inicio. “A de araña”. “E de elefante”. “I de iglesia”. “O de ojo”. “U de uña”. La “m” con la “a”, “ma”. “Mi mamá me mima”. Así, una tarde y otra. Y otra. Y otra. Leyendo cuentos completos. Fascinada por las historias. Abonando gustosamente al hada pérfida el peaje nocturno de unas alucinaciones que caducaban al amanecer.

Pero feliz porque, de pronto, su condición de unigénita se había visto transformada para siempre. Nunca jamás le iba a faltar la compañía. Ya se encargarían todos los prohombres de la literatura universal de acompañarla en su encrucijada de caminos. Los latinos y los griegos. Los europeos y los americanos. Los clásicos y los modernos. Los poetas, los novelistas y los dramaturgos. Los atormentados y los sosegados. Los creyentes y los ateos. Ellos y todas sus historias. Su dolor. Su pasión. Su corazón.



4 comentarios:

  1. Un regalazo Myr. Para ellos y para todos nosotros que podemos disfrutar de tus letras.
    Mil besos enormes y presanfermineros.
    Muacssss.

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  2. Y para mí, que he sido bendecida con el amor y la amistad de muchos ángeles que me guardan, en el cielo y en la tierra. Tú eres uno de ellos.
    Mil gracias por acompañarme en estos días tan especiales, de ausencias a ratos insoportables y de presencias que dan pleno sentido a mi vida.

    Tal vez vaya siendo hora de ESCRIBIR.

    Siempre besos.

    MYRIAM

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  3. MUCHAS FELICIDADES DE NUEVO, MYR: por un año más y por todas las cualidades que te embellecen tanto en el paso de los años. La sensibilidad y el amor a las palabras se funden en ti en una perfecta combinación de la que nace una belleza que emociona. Ya ves cómo me inspiras y cómo inspiras a tantas personas que tenemos la suerte de tenerte en nuestras vidas.
    Te quiero, amiga.
    Rose

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  4. Gracias a ti, amiga del alma, por ser y por estar, hoy y siempre. Tu cariño y tu ejemplo de vida me acompañan.

    Y yo sí que me siento afortunada de que formes parte de mi universo. No cabe mejor regalo en este nuevo cumpleaños que celebro con inmensa alegría.

    MYRIAM

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